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                           LA FUENTE 







Título: ©  La Fuente    

Autora: © Chris Door   https://chrisdoor.com/

Portada: Ilustración: © David Martín Fernández   
Basada en una idea de: © Chris Door   

Copyright © RTPI nº 08/2015/933
ISBN: 978-84-697-8627-7
Depósito Legal: MU – 123 – 2018 

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.










The castle must fall within the castle
– John Lennon –


El verdadero valor de un ser humano puede hallarse en el grado en que ha logrado liberarse a sí mismo
                        – Albert Einstein –








Este libro está dedicado a mi padre. 
Mi Mejor amigo. Mi fan número uno. 
Mi buda. Mi ángel. Mi gran amor.
Nuestro amor es infinito y eterno.



PRÓLOGO






Los textos que vas a leer han sido hechos por un ser humano. Podría ser cualquiera, podrías ser tú. Podría ser un ser de otra galaxia o un grano de arena. Podría ser el viento y la tierra, sonidos tan antiguos como los del universo. Porque todos somos tan antiguos como el universo. Y nada se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Prepárate para adentrarte en mi mundo pero recuerda que cada mundo encierra en su interior, millones de universos.






  
ONOGORO






“Nada, absolutamente nada, es más importante que este momento. Este momento por el que he trabajado toda una vida. NadaAbsolutamente”. Observando el océano infinito, respiró hondo. Una paz imposible de describir la inundaba. Supo que nunca había experimentado el significado real de la palabra felicidad hasta ese momento, porque la sentía por primera vez en su pecho, expandiéndose a su alrededor, inundándolo todo.  
Cerró los ojos. El mar, rugiente y hambriento de aventuras, se estrellaba contra la proa del velero y le mojaba la cara. Pensó en todos los años que había estado esperando este momento, eran imposibles de contar, eran tantos que ni siquiera recordaba estar viva sin desear estar contemplando exactamente lo que se encontraba ante sus ojos, aún cerrados. “Por esto, ha merecido la pena todo, todo absolutamente. Cada pequeño sufrimiento, cada anhelada victoria, cada esfuerzo, cada batalla. Todo. Absolutamente”. 
Abrió lentamente los ojos. Una montaña emergió del mar. La isla Onogoro apareció mágica y poderosa entre las sombras del horizonte. La niebla se apartaba a su paso. Parecía ser la propia isla la que avanzaba hacia ella y no al contrario. La luna llena emergió tras ella. Las leyendas aseguraban que este era el lugar donde se había originado la magia, la verdadera fuente. Un sentimiento sobrecogedor recorrió su cuerpo, tuvo la intuición de que esta isla la cambiaría para siempre. Y no porque los sabios lo dijeran, ni porque las leyendas aclamaran su nombre, Onogoro iba a cambiar su destino porque lo sentía de una manera casi física, casi podía tocar su conexión con la isla como una fuente fresca, largamente soñada. 
Una luna de fuego, naciente y roja, se reflejó en las olas. La contempló, radiante y hermosa, entre las nubes de tormenta que cubrían el cielo. Sonreía para ella, la diosa de la noche y de las mareas, la observaba. Y sintió un halo de protección. Cerró los ojos por unos instantes disfrutando de una sensación de plenitud absoluta. Nunca había creído en los dioses. Los magos no creían en los dioses. Respetaban la religión como respetaban cualquier tipo de meditación o comunicación con la energía universal, sin embargo no entendían las peleas y conflictos entre las distintas creencias sobre algo que, en esencia, es lo mismo. Los magos en lo único en lo que creían era en la magia. Y la magia, es todo. Es la energía universal que nos rodea, que vive en nosotros, la fuente y origen de todo. Los textos mágicos más antiguos afirmaban que había sido en Onogoro donde se había originado la magia y, con ella, la vida.
Desde la perspectiva de la magia todo posee el mismo valor. El universo está compuesto de partículas de energía, todas diferentes y únicas pero todas en esencia compuestas de lo mismo. Tan pequeñas que un ojo humano normal sería incapaz de verlas. Estas partículas se unen entre ellas formando lo que se llaman sistemas, como los seres vivos, el aire o el mar. Cuando La Verdadera Visión o Naimara se despierta en un mago, se consiguen ver estas millones de partículas que forman todo extendiéndose hasta el infinito. Se vería el mar, el cielo y todo como cientos de puntos de luz emitiendo energía. 
En el grado más elevado de meditación se empieza a perder la separación entre grupos de partículas o sistemas, en lo que se llama el Estado de la No-separación. Dejas de observar al mundo con tus ojos y lo ves con los ojos de la magia. Algunos magos no llegan a perfeccionar nunca el Naimara. Pero otros, los más excepcionales, desde muy pequeños pueden entrar en el Estado de la No-separación. 
“El Naimara…” pensó con anhelo“Por eso estoy aquí”. Sintió la magia rodeándola. Tal vez no creyera en dioses pero en este preciso instante pensó que la luna parecía una diosa, y la protegía. Sintió su energía rodeándola como algo físico, abrazándola. La brisa marina le acariciaba la cara. Olía a sal y arena, a mar y  tormenta. Un trueno sonó a lo lejos. Sonrió y volvió a cerrar los ojos suavemente. Dejó de pensar.
Al no ver, sus otros sentidos se agudizaron. Muchas habían sido sus horas de entrenamiento para poder llegar a contemplar la energía sin necesidad de usar la vista, de hecho la vista, sólo era un límite para La Verdadera Visión. Y la energía de la isla la atraía, el sonido del mar y la brisa sustituyeron a los pensamientos. Y se relajó por primera vez desde hacía mucho tiempo… años, milenios tal vez. Como nunca en su vida. 
De repente ya no estaba en la proa del barco, ya no estaba suspendida por algo sólido ni siquiera por algo, o sería mejor decir que ni siquiera ella estaba. Flotaba en la nada, o más bien era ella la que era nada. Dejó de percibir incluso que era. Dejó de ser y de pensar y la energía la rodeó. Todo era una sola masa bailando en armonía, en constante interacción y hasta podía ver las reacciones químicas que se producían en esa constante unión. 
Todo estaba y no estaba al mismo tiempo y la energía, como chispas de colores, como puntos de luz dentro de otros puntos de luz, giraba y se movía estando quieta y se tocaba sin tocarse. El silencio y el ruido, la luz y la sombra, no había separación. Todo era uno y una sola cosa. Todo era unión. No había límites entre su energía y toda la energía inmensa que la rodeaba. Y se sentía enorme y muy pequeña, expandiéndose como el universo conectando con el todo, infinita.
Y una paz, más grande que el mayor de los universos, más profunda que el mayor de los océanos, más pura que el agua del mejor de los manantiales, la inundó como fuego, la quemó como agua, la curó con veneno, la resucitó matándola. Matando su yo volvió a nacer en un mundo con fronteras ilimitadas. Veía con ojos de átomo los demás átomos que la rodeaban.
Y de repente lo vio. Era la energía más poderosa que hubiera sentido en su vida y, de tan sobrecogedora que era, sintió miedo. Y con el miedo, volvieron los pensamientos, y la separación. Entonces, dejó de ver la energía como una sola y pudo distinguir claramente los  millones de puntos de energía que se agrupaban formando el aire, el mar o el barco… pero, entre todas ellas, sobresalía una sobrecogedora fuerza. La energía de la isla parecía el viento de un huracán, dando vueltas sobre sí a gran velocidad. Era un viento naranja y brillante formado por millones de puntos de luz. Esa energía inmensa fluía desde el centro de la isla, conectándose hacia abajo con el centro del planeta, atravesándolo y proyectándose hacia la inmensidad del universo.
Observó, con los ojos aún cerrados y asombrada, al huracán inmenso y sobrecogedor que se hallaba ante ella. Y pensó, aún sin poder creerlo, que parecía el tronco de un árbol, del que salían raíces que lo unían con la tierra y ramas que se perdían en el cielo, proyectando energía hacia ambos extremos. Era una espiral ascendente y descendente de luz. Y sintió miedo al ver tanta energía fluyendo como una gran turbina de agua. 
Sin embargo, no era la energía de la isla lo que la perturbaba… ya que ésta sólo transmitía paz. No, tardó un rato en darse cuenta de que lo que en realidad la asustaba era esa figura negra, esa mancha que absorbía la luz, ese foco de oscuridad en medio de tanta belleza lo que la hacía estremecerse. Sintió un flujo oscuro extendiéndose hacia ella desde la isla, como una red oscura atrapándola en el barco, atrayéndola. Quiso huir, era una magia que conocía, una magia que…
– Su Eminencia… Su Eminencia…
Las palabras traspasaban un manto espeso de energía. La voz  la urgía a dormirse y ella se sentía más despierta que nunca, y luchó por despertar. Por no volver a la aparente realidad, por no dormirse de nuevo, por no volver a la ficción de la separación. 
Le costó unos segundos volver a habituarse a cosas tan cotidianas como pensar o distinguir una voz como un código que expresa un mensaje, en ese estado en el que cada sonido es energía y todo está unido. Le costó volver a la ilusión de la separación.
Por fin, dejó de ver partículas de energía. Poco a poco, casi dolorosamente, volvió a la separación, y percibió al capitán del barco a su lado. Abrió los ojos y giró la cabeza lentamente. Debía de llevar un buen rato así, parada, porque al girarse, miles de agujas le atravesaron el cuello. Tenía la sensación de haber estado siglos en la misma posición. Cuando distinguió la cara del capitán, y el mundo pareció de nuevo ser algo sólido y no miles de puntos de energía, éste parecía muy preocupado. Entre la espesura de su barba, sus labios apretados y las arrugas de su cara se curvaron con una mezcla de miedo y enfado.
– ¿Quería algo Capitán? 
Estas palabras parecieron sorprenderlo. Tal vez pensó que la maga nunca volvería a moverse, o tal vez fue el tono educado de la voz, suave y melodiosa de la maga lo que lo desconcertó. Se tomó unos segundos para contestar.
– He… hemos llegado ya, Su Eminencia. Llevo intentando decírselo un buen rato pero… parecía estar dormida, a pesar de estar de pié, tan quieta, con los ojos cerrados…
 Los ojos del capitán la recorrieron de arriba abajo como si fuera un espécimen marino de excepcional rareza. 
– ¿Hemos llegado? ¿Ya?
Miró al frente incrédula. Su mirada se encontró con la isla, esta vez era ella la sorprendida. Habían atracado en una pequeña cala a los pies de un bosque. Desentumeciendo sus agarrotados músculos, se dio cuenta de que las olas que chocaban contra la proa la habían empapado totalmente. Observó su capa gris y su blanca túnica mojada, sin embargo no sentía ni una gota de frío. 
Empezó a caer una ligera lluvia y se oyó un trueno a lo lejos. El bosque que les daba la bienvenida parecía impenetrable en la oscuridad de la noche. La espesura rodeaba el pequeño muelle de madera situado en una calita pegada a la costa. “Es imposible ¿Cómo hemos llegado ya a la isla? Sólo han pasado unos segundos”pensó confusa.
– ¿Aún dormida?
Se dio la vuelta al oír la voz de su maestro a sus espaldas, éste se acercaba con paso lento. Al mismo tiempo, el capitán empezó a alejarse con gesto receloso, su cara aún descompuesta ante el extraño comportamiento de la túnica blanca. Balbuceó una despedida y se apresuró a dar órdenes a la tripulación, sin parar de dar gritos,  preparándose para soltar amarras.
– Tan pronto como la maldita maga desembarque… –Dijo entre murmullos inaudibles, enfadado – A pesar de la tormenta no me quedaría aquí ni por todo el oro del mundo
Añadió entre gruñidos el capitán mientras se alejaba. Onogoro, para los magos, era un lugar sagrado, la meca del conocimiento, un templo. Sin embargo, entre los comunes, como denominaban los magos a la gente no mágica, esta isla estaba rodeada de supersticiones, y ninguna de ellas era agradable.
– Pensaba que no ibas a despertar 
Dijo el mago que se paró ante ella con una gran sonrisa.
Taibo había sido su maestro durante muchos años. Lo contempló como si lo estuviera viendo por primera vez, como si lo fuera a ver por última vez. Era alto y de pelo negro. Su porte altivo y orgulloso hacía pensar que pertenecía a la nobleza. Sin embargo, era un mago guerrero. Los magos guerreros eran el escalón más bajo de la escala kogun, en parte porque matar estaba prohibido para los magos, cualquier mago sería condenado a muerte o a tortura eterna si mataba sin ser tiempo de guerra. Y, siendo la profesión de un mago guerrero el arte de matar, eran mal vistos por el resto de magos. 
Los magos guerreros, eran los únicos a los que se les permitía el uso de armas. Para cualquier otro mago túnica blanca portar un arma sería una deshonra, un acto propio de comunes y seres no mágicos o incluso peor, de seres de la sombra. “La magia es la mejor arma”rezaba un proverbio popular entre los magos. 
Es por eso por lo que Taibo siempre luchó para que se considerara a la espada un arte noble, para demostrar que ser un mago guerrero es un honor y no una deshonra. No paraba de repetir a sus alumnos que la espada existe para proteger, el más alto honor que un mago puede poseer es ser un maestro en el arte de la lucha, queriendo luchar, literalmente, al decir esto contra siglos de historia.
Una cicatriz le recorría la cara de forma transversal. Y, cuando cerraba los ojos, se veía en su párpado izquierdo, la fina línea de la cicatriz que estuvo a punto de dejarle sin ojo, “Si sólo hubiera sido un milímetro más cerca”solía decir con orgullo el propio Taibo. Era uno de los profesores más duros que había tenido en el arte de la lucha. “Tal vez por eso este profesor era tan duro. Para demostrar que el último puede ser el primero”
Contempló a su maestro durante unos segundos, devolviéndole la sonrisa, con admiración. Lo comparó con el resto de maestros en muchos casos aburridos y poco dotados que había tenido.“Sin embargo tú tienes verdadera vocación. No sólo me has enseñado la lucha con armas, sino estrategias de combate procedentes de los mejores señores de la guerra”
Taibo había participado en la última Gran Guerra librada hacía 20 años. Pensó que el maestro debía tener veinticinco años entonces, sólo cinco más que ella “A lo mejor en cinco años estoy dirigiendo un ejército”Se estremeció con la sola idea “¡Tonterías! Odio las guerras. No deberían de existir”
Ambos contemplaron el mar en silencio por unos momentos. 
– ¡Cómo pasa el tiempo! – Dijo Taibo haciéndose eco de sus pensamientos – Aún recuerdo el Racktor del día de tu prueba de iniciada. Fallar una prueba como esa casi hace que te expulsen de la escuela ¿Recuerdas? Y pensar que sólo tenías 12 años…
– ¿Que si lo recuerdo? … – Sus ojos se encontraron con los del maestro – Como si fuera ayer
Una pequeña sonrisa se formó en sus labios y los recuerdos flotaron en su mente…

El Rácktor era un réptil parecido a un lagarto inmenso con cabeza de serpiente, de dos metros de altura y cuatro de largo considerado uno de los animales mágicos más peligrosos de Elendor, en su boca cabía ella a sus doce años entera sin lugar a dudas. No era su doble fila de colmillos, afilados cual cuchillas y largos como un brazo, lo que lo hacía tan peligroso sino su piel inmune a la mayor parte de los hechizos. Esa piel, tan codiciada entre magos y no magos, era muy valiosa. La jaula redonda en la que se encontraba encerrada a pesar de no tener techo era extremadamente pequeña y resultaba muy difícil alejarse lo suficiente para atacar. 
Tras muchos intentos fallidos de derribar al Racktor, Raisha intentó escapar de uno de sus ataques pero, aunque se libró a pocos milímetros de sus fauces haciendo una pirueta en el aire, no pudo esquivar su larga cola. 
Sintió como si una viga de acero le golpeara en el costado y salió disparada contra los barrotes de hierro, perdiendo el conocimiento por unos segundos, todo se nubló. Cuando volvió en sí, el maestro Taibo le gritaba “¡Levántate o estás muerta! ¡Levántate cría estúpida! ¡Saco de mierda! ¿Te he entrenado para esto? ¡Levántate!”. El maestro siempre maldecía cuando estaba furioso o nervioso. 
Sabía que era verdad lo que le gritaba, que si no se levantaba estaba muerta. El Rácktor la miró durante unos segundos con hambrienta lujuria. Probablemente su mirada era parecida a la que ella misma tenía al ver la cena tras un día agotador de entrenamiento. Lo vio correr hacia ella, disparado como un rayo, y quiso moverse, pero su cuerpo no respondía. 
Sus fauces, abiertas y espumeantes, saboreándola antes de incluso probarla. Su lengua larga y serpenteante casi rozándole la cara, sus ojos rojos, las pupilas negras y finas con su expresión aterrorizada reflejada en ellas. Lo intentó con todas sus fuerzas, moverse, pero no podía. Era como si hubiera un cortocircuito entre su cerebro y su cuerpo y por mucho que mandara órdenes, nadie contestaba a su llamada.
En el último segundo, cuando ya sentía su aliento como fuego sobre ella, Taibo paró con su espada la poderosa dentadura del animal. Se oyó un fuerte estruendo de espada contra colmillos. Inmovilizó la boca del animal y lanzó un hechizo dentro de ella que lo paralizó en el acto. La boca, es la única parte vulnerable de estos animales. Era lo que Raisha había estado intentando hacer durante la última media hora sin éxito y que su maestro había hecho en un segundo. 
Contempló, aún tumbada en el suelo, la expresión furiosa de su maestro y las palabras que le dijo a gritos nunca se le olvidarían “No siempre tendrás a alguien al lado dispuesto a arriesgar su vida para ayudarte así que no olvides este valioso consejo ¡Levántate siempre!” y alargándole la mano, la ayudó a levantarse. Raisha nunca olvidaría ese valioso consejo que salvó su vida en más de una ocasión.

– Definitivamente… sería imposible olvidarlo. Fue la primera vez que me salvaste la vida… también la primera vez que he estado al borde de la muerte – Y añadió con una sonrisa aún más amplia – Me enseñaste una valiosa lección
– ¡Levántate siempre! 
Lo dijeron los dos a la vez y, mirándose sorprendidos, se rieron a carcajadas. Con el paso de los años, esa frase se había convertido en una especie de lema y de broma entre ellos. El maestro la miró repentinamente serio.
– Has crecido mucho pero aún te queda mucho camino por recorrer. La vida es larga y encontrarás muchas vicisitudes, así que levántate siempre ¿Has entendido? 
– Perfectamente… – Lo contempló con la misma intensidad y después miró a su alrededor – ¿Dónde está Llave? 
– Ha ido a inspeccionar el bosque, en cuanto vuelva nos vamos
– ¿Con esta tormenta? – Las nubes amenazadoras se acercaban rápidamente, ya hacía tiempo que habían traspasado la línea del horizonte – ¿No sería mejor que esperarais a que pase el temporal?
– La ley es la ley. A nadie le está permitida la estancia en la isla Onogoro excepto a los aprendices, todo barco que viene se queda lo estrictamente necesario, hasta que finaliza su desembarco de suministros o aprendices y se marcha sin demora. Nosotros haremos lo mismo, con tormenta o sin tormenta
Taibo contempló las nubes con el ceño fruncido, un rayo surcó el horizonte. Se ajustó la capa alrededor de la cintura protegiéndose del frío y de la fina lluvia que empezaba a caer.
– Hemos hecho lo que vinimos a hacer, dejarte aquí. Debemos irnos. Recuerda, no debes comunicarte con ningún nativo ni ayudarlos si no es en caso de enfermedad extrema. El Pacto de los Reyes se creó hace dos siglos y debemos seguir respetándolo. 
Escucha atentamente y memoriza cada una de mis palabras. Esto es algo que todo mago debe saber antes de pasar La Prueba. El Pacto de los Reyes se creó tras la última batalla de nativos y magos por el control de la isla hace doscientos años. Cuando los dos hermanos Meirith dividieron el Imperio y la magia en dos. Pactaron, ambos reyes del Imperio del Norte y del Sur, que los nativos no serían molestados y los magos actuarían de forma neutral sin perturbar a la población ni hacerse notar. Se restringirían el acceso de los magos únicamente a las cuevas de meditación de milenios de antigüedad para alcanzar el Naimara. 
Estas cuevas siempre han sido un lugar de culto para los nativos y fue por esas cuevas que se inició la guerra, ya que la isla no tiene recursos importantes ni se encuentra en un lugar estratégico, alejada de todo. Es la energía de esas cuevas por la que la guerra con los nativos tuvo lugar, y ganamos. Los nativos tuvieron que ceder su lugar sagrado a los magos a cambio de una paz duradera.
Pero, repito, escucha atentamente lo que te voy a decir. Es muy importante que evites todo contacto con los nativos si no es en caso de enfermedad mortal, es decir que te estés muriendo tú, no ellos. Y también estaría permitido el contacto si estuviéramos en guerra, que no es el caso. Una vez realizada La Prueba y activado el Naimara, podrás volver. Si todo va bien estarías de vuelta pronto. Sabes  la técnica, ahora debes llevarla a la práctica. 
Si no lo consigues, no podrás regresar. Algunos magos han tardado años, otros han muerto aquí sin convertirse nunca en magos y algunos acaban convirtiéndose en fugitivos y abandonan la isla escondidos en algún barco mercante. Espero que no seas ninguno de estos casos. Aquí tienes – El maestro sacó una gema de su mano, blanca y transparente a la vez, brillaba con fuerza. Y un pergamino – Sólo podrás enviarnos la señal de energía si alcanzas el grado de Meditación Suprema o Naimara. Estoy seguro de que lo lograrás. Sigue bien los pasos que te enseñamos
– Eso me recuerda… maestro. Creo que acabo de tener una experiencia que debe parecerse al Naimara – Al decir esto, Taibo abrió los ojos incrédulo – He dejado de pensar, incluso de ser y estar. Es difícil de explicar. Sentía la energía a mi alrededor extendiéndose hasta el infinito y la podía ver, los átomos… las partículas conectadas, el flujo de energía. Y llegué a verlo todo unido, sin separación. Entonces, vi la isla como un gran árbol cuyas raíces absorbían energía del centro de la tierra y sus ramas la soltaban hacia el universo
– Es increíble… tú… acabas de experimentar el Naimara, a tus veinte años sin ni siquiera haber pisado la isla. Aunque sólo haya sido por unos segundos, es algo asombroso
– Creo que fueron más de unos segundos… parecieron unos segundos pero…
– Cuando un campo de energía tan potente se abre ante ti, las percepciones del tiempo y el espacio cambian, aprenderás a controlarlo con el tiempo. Onogoro… – El maestro miró hacia la isla que en realidad era una montaña inmensa – Es especial. Lo que viste, el gran árbol, lo llamamos El Origen o La Fuente, es por eso que los magos hacen aquí La Prueba, este lugar está cargado de energía, se cree que mueve la masa energética del mundo y la conecta con el cosmos. 
Pero esto es algo que no debería decir, deberías descubrirlo tú, es parte de La Prueba. Aunque… –  Se giró de nuevo para mirarla – Parece que tú lo has descubierto ya antes de llegar – Le puso las manos sobre los hombros – Siempre supe que llegarías lejos, tu aura es impactante, incluso de  pequeña se expandía por donde pasabas como una nube. No es extraño que seas la primera maga en 100 años en pasar La Prueba con tan solo veinte años… pero ya sabes lo que dicen, los más grandes caen más fuerte. Así que procura siempre ser humilde. Porque por muy grande que seas, siempre habrá alguien más grande que tú, y siempre hay algo nuevo que aprender hasta del ser más ignorante. Medita, ten compasión, disciplina y lograrás alcanzar La Visión Verdadera
Taibo retiró las manos de sus hombros pero no se alejó. Se quedaron por unos segundos contemplándose, con un profundo respeto reflejado en sus ojos.La joven maga intentó absorber cada palabra para no olvidarla.
– Ahora debes llegar a estar en ese estado y controlarlo, de forma que puedas entrar en él y salir cuando quieras. Aquí te resultará más fácil. Es un punto sin comparación en el planeta, la energía…
– ¡Era tan inmensa! ¡Tan abrumadora!
Lo interrumpió excitada con chispas en los ojos. Había algo en el tono de su voz que preocupó a Taibo “¿Avaricia?” pensó preocupado. La maga paró de hablar al ver el cambio en su mirada.
– Serás una maga que marcará el mundo, lo presiento y espero estar ahí para verlo. Tienes mucho poder – Hizo una pausa y la miró muy serio – Tal vez más del que comprendes. Ni siquiera has pisado la isla y sin embargo su energía te ha influido tanto como para despertar al Naimara. El poder puede ser algo positivo cuando sabemos manejarlo, sin embargo un antídoto puede convertirse en veneno fácilmente si no controlas la dosis
– Veneno… – Repitió como ausente – Eso me recuerda... había una energía que perturbaba la isla,  era como…
– ¡Tigresa! 
Le interrumpió una voz en la lejanía. 
– Llave… 
Susurró suavemente. 
Siempre le había sorprendido cómo, siendo alto y de constitución fuerte, Llave siempre parecía ligero y etéreo como humo. Éste se acercó a ella hablando a gritos para hacerse oír entre el retumbar de los truenos ya cercanos y la lluvia cada vez más potente. Su pelo, oscuro y corto, estaba empapado lo que, por otra parte, no parecía perturbarle en absoluto, sin embargo siguió la mirada de la maga e instantáneamente se puso la capucha de su chaqueta de cuero, negra como todo su atuendo.
– Todo despejado, podéis desembarcar de forma segura… mi dama
Hizo una reverencia algo cómica al pararse ante ella. Al inclinarse, el arco que llevaba colgado a la espalda rozó el ombligo de la maga, y ésta se alejó levemente. Llave la detuvo cogiéndola de la mano y aún inclinado, la acercó a sus labios besándola suavemente. La maga retiró la mano como si hubiera recibido un calambre.
– ¿Se puede saber qué haces? 
Dijo con tono enfadado.
– En cuanto al bosque… – Llave se alzó impasible. Su mirada intranquila se posó en la masa de árboles que rodeaba la playa – No hay ni un sendero, ni una senda de animales, nada. Es como si nadie habitara esta isla o haya venido a este puerto en años
Conocía a Llave desde que tenía seis años y sabía que era difícil verlo serio o preocupado. Por eso, cuando lo hacía, la inquietaba. Llave iba a añadir algo pero le interrumpieron los gritos del Capitán que les llamaba desde lejos acercándose con paso rápido, la cara roja de enfado y estrés contenido. Se paró ante ellos con los brazos apoyados en las caderas y el ceño fruncido, mirándolos con evidente desprecio. 
Los comunes evitaban discutir con los magos ya que era sabido que te podían convertir en todo tipo de criaturas horribles y eran incluso capaces de hacer atrocidades peores. Pero Roger, el capitán, nunca había sido bueno escondiendo sus sentimientos, especialmente  cuando se trataba de su ira. Y, aunque la transformación por venganza personal o por mera diversión estaba prohibida en el mundo mágico, todo el mundo sabía que muchos magos lo hacían. Cuando alguien es convertido en animal y desaparece, es muy difícil de encontrar. Nadie se sorprende al ver una rata muerta en la calle, pero sí al ver un humano. 
El capitán luchó consigo mismo, no sabía si gritar obscenidades a estos malditos magos hijos de la gran perra, con la consecuente posibilidad de acabar en el fondo del océano con rabo y bigotes de rata, o hablar con una educación que, seamos honestos, nunca había poseído. Adoptó un término neutro sin demasiado éxito.
– Debemos irnos de esta isla maldita ahora mismo o nos veremos atrapados en la tormenta…
– ¿Isla maldita? 
 Repitió la túnica blanca en voz alta sin darse cuenta. 
No sabía si le sorprendía más que el capitán hubiera llamado maldita a la isla o el temor que mostró en su voz, sobre todo cuando era obvio que ese temor no era precisamente por estar transportando magos en su barco, ni porque lo convirtieran en ratón, ni por la tormenta que le pisaría los talones durante las cuatro horas de regreso a la costa. Sino por la isla en sí. El temor lo despertaba Onogoro.
Observó a la isla, viéndola por primera vez, tenebrosa. “No dejaré que leyendas de pueblerinos me quiten el sueño” se dijo para tranquilizar el sentimiento que crecía dentro de ella y que no sabía definir, pero que no era en absoluto placentero. No pudo evitar pensar en la energía negativa que había enturbiado su visión de la isla hace unos momentos. Y la sensación de que su destino estaba a punto de cambiar.
– ¡ELEVAMOS AMAAAARRAAAAAS!!!!!
Los gritos del capitán retumbaron junto con los truenos. Llave elevó la voz para hacerse oír en medio del estruendo.
– Prométeme que te cuidarás. Ya no me vas a tener a tu lado cuidándote, tendrás que hacerlo sola
Llave la miró por unos segundos, dudando de si sería capaz de realmente cuidarse por sí misma. Acercándose a ella, la envolvió en un fuerte abrazo. La maga tardó unos segundos en reaccionar y alzar los brazos para rodear a su amigo de la infancia, pero cuando lo hizo, sintió el abrazo cálido de la única familia que había conocido. Llave le acarició tiernamente el cabello. Hacía mucho que le sacaba una cabeza pero se inclinó hasta rozar su oído y dijo en un susurro.
– Tu pelo siempre ha sido muy suave, siempre he pensado que parece hecho de hilos de seda – Lo miró desconcertada pero Llave siguió hablando como si nada – Y cuidado con los salvajes que habitan aquí y… en fin, no es que me crea ni la mitad de tonterías que se cuentan sobre la isla pero ninguna de ellas es buena, y cuando el río suena, agua lleva y esas cosas y… en fin pues eso, que tengas cuidado. Y vuelve pronto
Se retiró un paso de Llave, sintiéndose bastante torpe y aturdida por el exceso de cariño, no era habitual entre ellos mostrar tanto afecto. Ambos sabían que no había persona más importante para el otro en el mundo, y que eran como hermanos pero nunca hacían falta palabras, se daba por hecho. Llave recuperó su habitual humor y sonrió quitándole seriedad al momento, pero ella inclinó ligeramente su cabeza y dijo con tono solemne.
– Ha sido un honor que me acompañaras en ausencia de familiares cercanos en este viaje
– ¿Estás bromeando? ¿A qué viene tanta formalidad? ¿¡Honor de qué!? ¡Somos hermanos! Ha sido un placer venir contigo, sabes que adoro las aventuras y los viajes y más si están pagados ¡Jajajaja! – Le dio una palmada cariñosa en el hombro – No me lo hubiera perdido por nada del mundo, ver la maldita isla de la que tanto hablan las leyendas y los borrachos en los bares…
Se paró y miró de reojo al maestro Taibo esperando su desaprobación, nadie blasfemaba sobre la isla en presencia de magos pero éste permaneció inmutable con la vista clavada en la distancia. 
Llave había estado bebiendo todo el viaje, en cada taberna, en cada posada, en el barco. Era un misterio como nunca tenía resaca ni parecía cansado al amanecer del día siguiente tras tanto alcohol y noches en vela. Pensó de repente que a lo mejor el mal humor del capitán tenía algo que ver con lo bueno que era Llave jugando a las cartas, o sería mejor decir, lo bueno que era haciendo trampas. Había desplumado a medio barco.
– Espero que nos reencontremos a la vuelta – Dijo girándose hacia el maestro Taibo –  Adiós Llave, adiós Taibo
La maga empezó a levitar y descendió hasta apoyarse en el muelle suavemente.
– ¿Esperar de qué? ¡Seguro nos encontramos a la vuelta!  Eres mi hermana. Si tú no vienes a mí ¡Seré yo el que venga a buscarte! 
Dijo esto ya a gritos agitando su brazo a modo de despedida.
Contempló alejarse al barco desde el muelle mientras Llave comenzaba a escalar ágilmente uno de los mástiles. No le había sorprendido en absoluto comprobar que, a pesar de nunca haber navegado en barco en su vida, se había convertido en un experto marino en dos días. “Ser ladrón tiene sus ventajas cuando hay que atar y desatar nudos y escalar por superficies resbaladizas sin que se deslice un solo dedo del pié”Pensó con una sonrisa mientras lo contemplaba escalar el mástil y al barco alejarse rápidamente hacia el horizonte ayudado por el fuerte viento. 
Éste la contempló desde el mástil mayor hasta que ya era apenas un punto en el horizonte. Ambos se quedaron así muy quietos, mirándose poco a poco desaparecer en la lejanía. Era la primera vez que se separaban en 14 años. Y ninguno apartó la mirada hasta que el otro se desvaneció completamente en el horizonte.
– Tal vez consigan adelantar a la tormenta 
Dijo en cuanto desapareció la embarcación y, dándose la vuelta, contempló el bosque. Los truenos resonaron en la distancia iluminando la espesura. Una llama azul apareció en la palma de su mano, extendió su brazo y la llama flotó delante de ella desprendiéndose de su palma, acercándose a la espesura del bosque. Caminó despacio dejando huellas y la marca del repulgo de su túnica en la arena blanca. 
La lluvia y la ligera niebla crecían abrazando las raíces de los árboles, envolviéndola. Se paró a la entrada del bosque. Los árboles, eran altos como torres y unían sus ramas y raíces formando una muralla impenetrable que no dejaba pasar ni siquiera la luz de la luna más allá de unos pocos metros. Los troncos eran inmensos, tan anchos que la maga estaba convencida de que ni siquiera veinte hombres uniendo sus manos hubieran podido abrazarlos. Altos como montañas.
Alzó la vista y contempló cómo se perdían en el firmamento estrellado. Se preguntó cuántos milenios tendrían. La capa de hojas que cubría el suelo le llegaba a la altura de la cintura y era prueba de que ni el viento podía cruzar esta fortaleza de seres ancestrales. Las raíces entrelazadas eran más altas que ella. 
Con un ligero movimiento de su mano empezó a elevarse lentamente sobrevolando el bosque. La vista era espectacular. La isla era la montaña, y ésta se alzaba majestuosa. La espesura interminable se extendía hasta donde alcanzaba la vista y avanzó levitando sobre las copas. La tormenta la rodeaba, los relámpagos casi la  rozaban y la lluvia azotaba sus ropajes, pero no sintió miedo. Una paz inmensa la invadía. 
Siempre había adorado las tormentas, desde pequeña. Y si tenía que morir, no había mejor lugar en el mundo en el que hacerlo que éste. Se dirigió hacia la montaña con la certeza de que Onogoro cambiaría su destino, para siempre.







LA PRUEBA






Los gritos la despertaron. 
Lo primero que había encontrado al sobrevolar la espesura impenetrable fue un pueblo y siguiendo los consejos de su maestro lo rodeó. Se detuvo a descansar a un kilómetro de él alejada del camino principal. La lluvia y el viaje habían entumecido sus músculos y se sentía exhausta. Y aunque la energía de la isla le proporcionaba una fuerza desmesurada a su magia, levitar durante dos horas había consumido gran parte de las fuerzas que le quedaban. 
Buscó un lugar resguardado de la lluvia y pudo ver que, a una prudente distancia del camino principal, sobresalía una roca plana de un terraplén que le guarecería de la tormenta y de miradas indiscretas. Sin embargo, para más seguridad, realizó un hechizo de invisibilidad que la hizo desaparecer. 
Se quedó dormida poco antes del amanecer, casi inmediatamente debido al intenso cansancio. Para controlar hechizos en sueños hace falta un alto grado de maestría pero Raisha no era una maga normal, es por ello que estaba haciendo La Prueba a los veinte años, la maga más joven en hacer La Prueba desde hacía cien años. Había sido otra mujer la última maga en hacerla tan joven, se llamaba Alondra y se había convertido en una de las magas más destacadas del último siglo.
La magia palpitaba dentro de ella desde antes de nacer, lo llevaba en la sangre y desde que había llegado a la isla sentía cómo su propia magia se fortalecía con cada segundo que pasaba en ella. Todo el mundo mágico esperaba grandes cosas de ella. Pero se mantenía ajena a todo eso, la magia era lo único que le importaba, lo único real. No el éxito ni la adulación, la magia.
Pero como no le gustaba confiar sólo en su magia, cultivaba con el mismo esmero su inteligencia o el arte de la espada. Y precisamente por eso, había llegado tan lejos. Y esta precaución hizo que se ocultara físicamente de las miradas, en caso de que la magia fallara. Tampoco sabía qué clase de animales salvajes vivían en los alrededores y era sabido entre los magos que los animales pueden no verte si eres invisible, pero siempre te huelen. Sin embargo, no era la magia sino su corazón el que ahora palpitaba con fuerza retumbando en sus tímpanos. 
Despertó sobresaltada y se sentó de golpe.  Escuchó paralizada los agónicos alaridos de terror y sufrimiento intentando localizar su procedencia. Le llevó unos segundos darse cuenta de que provenían del pueblo que había rodeado hacía unas horas. Era lo más espantoso que había escuchado en su vida y sus voces agónicas le acompañarían para siempre. Su mano, como acto reflejo, se abrazó al puñal que llevaba atado con correas a la muñeca. 
A pesar de la espesura del bosque podía ver el cielo rojo por el reflejo de las llamas. El olor a quemado invadía el aire y respirar resultaba sofocante. No supo cómo pero en medio del caos alcanzó el Naimara de nuevo y vio las partículas de energía flotando a su alrededor y su mirada traspasó el bosque. Su mente no estaba en su cuerpo, estaba en el pueblo y “Esa oscuridad… esa oscuridad que…”
Estaba tan concentrada que no se percató de la fina lluvia que aún persistía, ni de que el hechizo de invisibilidad se había desvanecido, ni de la presencia de un niño de unos diez años acercándose a sus espaldas hasta que apareció entre los árboles. Un pequeño chasquido de una rama le devolvió a la realidad y se giró rápidamente con el puñal en alto, esperando encontrar una nueva amenaza. 
Las armas eran ilegales entre magos, exceptuando los magos guerreros, especialmente si eran aprendices los que las portaban. Sin embargo nunca se había distinguido por seguir  las reglas establecidas y hacía mucho que había decidido ser maga guerrera en cuanto pasara La Prueba. Por ello había elegido a Taibo para acompañarla. Además, hacía mucho que se sentía desnuda sin un arma.
El niño se asustó y se detuvo al ver el puñal. Los ojos felinos de la maga se clavaron en él con un brillo asesino. Sin embargo éste, al observar su túnica blanca, pareció relajarse. Esto le pareció extraño a Raisha ya que, en general, la gente no mágica odiaba a los magos y normalmente reaccionaba con desconfianza, especialmente si portan un puñal. Sin embargo, lo que no sabía la maga es que la gente de Onogoro, al vivir en un campo de energía tan poderoso, puede ver el aura. Y el aura de la maga era como un manantial de agua pura y cristalina.
El niño observó su aura maravillado, olvidando su pena durante unos breves instantes. Percibió en la maga una energía poderosa nacida del universo, como si fuera un canal por el que fluía energía, como un árbol cuyas ramas se pierden en el cielo y cuyas raíces se hunden hasta lo profundo de la tierra. Nunca había visto un aura igual. Pero los gritos lo devolvieron a la realidad. Se acercó lentamente y le cogió de la mano tirándole repetidamente del brazo.
– ¡Ayúdame! ¡Mi madre va a morir! Mi madre está en peligro, mis hermanos… –  Un quejido mezclado con llanto estremeció al niño – ¡Ayúdame! Mi madre… ¡¡Tienes que salvarla!!
– ¿Cómo? 
Gritó para hacerse oír sobre el ruido de los truenos de la tormenta, largos y profundos confundiéndose con los gritos del pueblo que, arrastrados por el viento, los envolvían. Debido a la fuerza de la tormenta, la roca que hacía de techo no había sido suficiente y se encontraba igual de empapada que el niño. La túnica blanca se hallaba cubierta de barro, era un milagro que el niño hubiera visto el blanco de la tela en medio de la suciedad que la cubría. 
De repente paró de llover al mismo tiempo que un viento cargado de olor a ceniza les azotaba en la cara. Por primera vez sintió frío y otro olor se mezcló con el del fuego… un olor, que odiaría para siempre a partir de ese mismo instante. El hedor a carne quemada.
– ¡Mi madre!!!… Mi madre está en peligro, estábamos llegando al pueblo y oímos los gritos y vimos el incendio... y… y…
El niño empezó a llorar descontroladamente. Lloraba, y sus ojos azules relucientes de pánico, sus lágrimas desconsoladas, y su pelo negro como el carbón temblaban con los gemidos que recorrían su cuerpo.
– Mi, mi… madre fue a buscar a mi hermano, me dijo que esperara… – Sus sollozos se hicieron más fuertes y sus temblores también – Pero no vuelve ¡No vuelve! ¡Tienes que ayudarme a encontrarlos! ¡Tienes que salvarlos!
De repente la aprendiz recordó las palabras del maestro y las oyó en su mente con claridad “No debes comunicarte con ningún nativo ni ayudarlos si no es en caso de enfermedad extrema. El Pacto de los Reyes se creó hace dos siglos y debemos seguir respetándolo”. 
¿Cómo era posible que este niño le hubiera encontrado precisamente a ella en medio de la densa espesura del bosque? Pensó confusa “Si es verdad que la madre está en peligro…”y los gritos así se lo decían “si… de verdad, se iba a morir…”se dijo lentamente auto convenciéndose, tragó saliva lentamente. Su garganta estaba extremadamente seca. “…debo ayudarlo. Pero el maestro dijo que sólo en caso de guerra o enfermedad podría ayudarlo.”.
Y, por mucho que le pesara admitirlo, era obvio, por los gritos en la distancia, que la madre del niño no se moría de una enfermedad, y también sabía que no era periodo de guerra. Sin embargo,  también era evidente que una batalla se libraba en ese pueblo. “Y por los gritos, más que una batalla… parece una matanza”.
Sabía, que si se acercaba al pueblo a ayudar a la madre, muy probablemente, ella misma sería la que acabaría degollada. Y fuera lo que fuera lo que pasaba en ese pueblo no estaba segura de querer averiguarlo. Además, la pena de tortura eterna recaía sobre todo mago que matara sin ser periodo de guerra y toda la eternidad en prisión bajo tortura no era una sugerencia muy halagadora.
Pero de alguna manera, a pesar de su miedo a romper la ley o acabar degollada, cuando el niño le tiró de la mano, se dejó guiar por él. Éste, le apretaba tanto la mano que se empezó a poner roja y no se la soltó en ningún momento durante el trayecto que les llevaba al poblado. Debía de tener diez años. Le  sorprendió que un niño tan pequeño pudiera tener tanta  fuerza “Debe de ser el miedo” pensó con un estremecimiento “Yo también tengo miedo”
Nunca había oído a tanta gente gritando a la vez. Unos sonidos de dolor tan espantosos que atravesaban la tormenta retumbando en sus oídos, hacían temblar la tierra, la sangre y helaban el corazón. 
El niño estaba lleno de tierra y ceniza. La suciedad y el terror contrastaban con su cara angelical y sus ojos azules, grandes y aún inocentes. Sin embargo no era tan pequeño como para no saber que algo terrible estaba pasando. Aunque no lo viera, lo oía, lo olía. “Hasta el animal más pequeño e ignorante sabe cuándo hay que huir del peligro. Y nosotros vamos directos a la boca del lobo”pensó con un escalofrío. 
A pesar de sus oscuros pensamientos y miedos, siguió caminando. Como si otros pies andarán por ella. Pero nunca, ni aunque hubiera vivido mil vidas, hubiera estado preparada para lo que se encontró. El desastre que se presentó ante sus ojos, no tenía nombre.
Casi había amanecido y una luz rosácea iluminaba el horizonte, las nubes no dejaban pasar los rayos pero no hacía falta, las hogueras lo iluminaban todo. E incluso a  pesar de la lluvia, el fuego lo invadía todo. La entrada del pueblo, que había contemplado desde la distancia unas horas antes, estaba destruida. La puerta de hierro maciza de la muralla que rodeaba la ciudad, sólida como una roca, había sido arrancada de sus goznes. 
Pudo percatarse, al pasar por la entrada, que había sido magia la que, limpiamente, había desplazado los más de doscientos kilos que debía pesar la puerta, lanzándola hacia delante destrozando las fachadas de las casas que se encontraban enfrente. Se dio cuenta, porque no había dejado ni una sola marca en el muro al ser arrancada de sus goznes. Y porque la olía por todas partes, la sentía por todas partes, una magia sangrienta… corrupta.
– Sólo puede ser… No, no se atreverían a profanar…
Las palabras se le trabaron en la lengua porque por fin habían entrado en la plaza. Se paralizó ante el salvaje espectáculo que se extendía ante sus ojos. El niño le tiraba del brazo con insistencia, urgiéndola a que siguiera avanzando pero ni se dio cuenta.
La imagen que contempló por siempre invadiría sus pesadillas. Giró la cabeza lentamente rodeando con su vista la plaza que se hallaba ante ella. Y en todas, absolutamente todas, las partes lo único que contemplaba eran cadáveres. Cadáveres esparcidos por doquier, los habitantes del pueblo habían sido asesinados de las  maneras más perversas posibles. Eran imposibles de contar “¿Cientos? ¿Miles?”se preguntó impotente e incrédula ante lo que sólo podía ser una pesadilla “Una pesadilla retorcida y horrible“.
Mujeres, niños, hombres, ancianos… todos esparcidos por el suelo, clavados en las paredes, con ganchos, con tuercas, trozos de ropa, cuerdas… cualquier cosa o ahorcados en sus propios porches. Unos sin ropa, otros medio desnudos, otros semiatados o sin cabeza. Retorcidos de las maneras más grotescas, como si fueran muñecos de goma o marionetas sin esqueleto. Los que habían hecho esto y, por los gritos alejados continuaban haciendo, era matar indiscriminadamente, sin compasión, ensañándose. Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado que alguien podía poseer esa capacidad para crear sufrimiento, o que pudieran existir tantas maneras de morir y de matar. Porque no era sólo que los mataran, no. 
Había una indistinguible  marca en la creatividad de las torturas, en la disposición de los cuerpos en retorcidos círculos y formas inimaginables e imposibles, que reflejaba claramente que las personas que hubieran hecho esto, disfrutaban haciéndolo. Y disfrutaban mucho.  Por la originalidad de la disposición casi se podría decir que eran maestros del dolor. Amos de la tortura. Estaban vueltos del revés, la piel retorcida sobre sí misma, los músculos y la carne colgando en extrañas formas. Vomitó. Vomitó lo que ni tenía ya que su estómago estaba vacío. La angustia la invadió.
Pasaron unos segundos de agonía. Se sentía mareada y ni se dio cuenta de que seguía avanzando guiada por el niño, ni que se habían adentrado en el pueblo, tan absorta seguía en la contemplación de los cadáveres y en su angustia, hasta que los gritos la devolvieron a la realidad. La puerta principal daba a una plaza y de ella se abrían tres calles, una central y dos laterales. El niño la llevó de la mano por la calle central a paso cada vez más rápido. Una calle se abrió a su derecha y al girar la esquina, quiso vomitar de nuevo. 
El olor era nauseabundo. Los cadáveres quemados, mutilados, descuartizados cubrían como una alfombra de carne y excrementos el pavimento de las calles. Las losas de piedra pulida resbalaban con la sangre fresca y amarga. 
El olor lo invadía todo, todo, como una plaga infernal. Algunos cuervos habían empezado a picotear algunos de los cadáveres, muchos de ellos irreconocibles, vueltos del revés como un jersey, ahorcados en sus propias tripas, con ojos saliéndoles, algunos por todos los poros del cuerpo tenían un alfiler clavado, cuerpos con orejas o manos cortadas. Parecía irreal y espantosamente real al mismo tiempo. La escena que se encontraba ante sus ojos no podía estar pasando. Era todavía más horrible que la plaza, como si en vez de ir a menos, la inmensa crueldad de estos asesinos y su sed de sangre fuera a más.
En medio de ese infierno, se sorprendió pensando cómo conseguían los cuervos comer tan tranquilos en medio de esa jungla de violencia. 
 – ¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!! 
El niño gritó con una extraña mezcla de pánico y alegría en su voz. Inconscientemente, la maga colocó su cuerpo enfrente del niño, protegiéndolo. Éste intentaba esquivarla y correr hacia la sangría que se extendía a sus pies. Un hacha voló directa hacia ellos y un escudo los envolvió. 
La joven túnica blanca ni siquiera sabía cómo había conseguido hacer que el aire se comprimiera creando un muro protector, invisible y más resistente que el diamante, a su alrededor. Y probablemente, si se lo pidieran, no sabría repetirlo. Sin embargo funcionó, y el hacha rebotó en él produciendo chispas que iluminaron el escudo con una tenue luz blanca.
– ¡Mamá! ¡Mamá! 
Los gritos del niño la alertaron de su presencia, se había olvidado por unos segundos de él al formar el escudo, todavía estaba impactada por la masacre que se extendía ante ellos. Sin contar el hecho de que nunca se había encontrado en una batalla real. Su maestro le había enseñado a luchar pero el entrenamiento en la academia nada tenía que ver con la realidad que contemplaba. 
Se suponía que sólo le estaba permitido usar la violencia en época de guerra, se preguntó si esta situación sería considerada como de guerra y supo que no “Si mato a sólo uno de ellos, uno sólo… nunca… nunca… volveré a tener el derecho de ser maga, seré condenada a tortura eterna… seré condenada a tortura eterna…”. Repetía una y otra vez esta última frase como un mantra. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Se sintió abrumada e impotente, asustada y frágil en su escudo de diamante. Porque tenía poder pero no podía usarlo.
De todas formas poco duraría, estaba teniendo problemas para mantener al escudo atado y sujeto. Sin entender cómo lo había creado no podía saber cómo mantenerlo. “Sería mucho más fácil si supiera cómo lo he hecho”pensó sintiéndose cada vez más vulnerable, más asustada, sin saber qué hacer o cómo reaccionar. “Sería mucho más fácil si pudiera matarlos”pensó frustrada mirando a su alrededor. 
Se encontraban en una intersección de calles y eran claramente visibles “y por si fuera poco mi túnica de maga me señala claramente como objetivo a eliminar. De momento tengo suerte porque están ocupados. Piensa, piensa... calma” Observó por unos segundos a los asaltantes. Al principio había creído que eran magos oscuros, esbirros de la sombra pero eran…” ¿Piratas? ¿Mercenarios?” Su cerebro intentó hacer conexiones recopilando toda la información que sabía acerca de mercaderes de esclavos o piratas de reinos cercanos pero poco le duró su reflexión porque algunos de ellos ya se giraban a mirarlos. Intentó concentrarse con todas sus fuerzas en cómo atacarlos pero era imposible pensar en medio de ese caos. 
Los asaltantes estaban creando un escenario de terror. Arrastrando a familias enteras de sus casas, prendiéndoles fuego, arrancándoles el pelo, la carne a tiras, las uñas y las tripas. Nunca en su vida se había desmayado, pero en estos momentos creía que iba a hacerlo en cualquier momento. Las ganas de huir y de luchar se mezclaban con la vorágine de violencia que la rodeaba. Siempre había tenido problemas en controlar sus impulsos pero ahora mismo los gritos resonaban en su cráneo y en su cerebro destruyendo su precaria coherencia mental “¿Cómo mantener el raciocinio en medio de la locura? ¿Cómo puedo no…?”.
– ¡Matarlos!
Dijo esta última palabra gritando en alto y, girándose rápidamente, vio al mismo atacante lanzando otra hacha. Voló hacia ellos rebotando en el escudo. Alzando la mano hacia él, una nube blanca salió de su palma, atravesando el escudo y durmiendo a su atacante, le lanzó inmediatamente a otro que se hallaba torturando a una niña a su derecha un conjuro paralizador. 
Empezó a lanzar hechizos a uno, dos, tres, cuatro, cinco… perdió la cuenta de cuantos “No es suficiente”pensó desesperada “¡No es suficiente!!! Son demasiados”.
– ¡Mamá! ¡Mamá! Mamáaaaa!!!!  
El niño, tras un forcejeo, consiguió esquivarla y echó a correr en dirección a su madre  pero el campo de fuerza lo detuvo. Sin parar de gritar empezó a golpearlo repetidamente. Sintió cómo la energía del escudo se tambaleaba con ella. La concentración es indispensable para la magia y nunca había vivido una situación tan estresante en su vida.
– ¡Detente!!! 
Le gritó al niño llena de pánico. El escudo era lo único que los separaba de una muerte segura. Se dirigió apresuradamente a detenerlo pero le detuvo una luz a su izquierda. Una bola de fuego enorme y veloz se dirigía hacia ellos. Intentó esquivarla pero era  demasiado tarde. La explosión los envolvió, el escudo se rompió y aunque evitó que el fuego los quemara, el impacto los proyectó por los aires estrellándolos contra la fachada de una casa. Durante unos segundos no pudo respirar debido a la fuerza del impacto. Todo se nubló y los gritos desaparecieron y la calma la envolvió.
– Por favor, tienes que salvarla, por favor ¡Tienes que salvarla!!!! 
La voz venía de lejos y poco a poco se hizo más fuerte junto con los sonidos del caos de la batalla. Se levantó lentamente con la ayuda del niño, aturdida y herida. Se sorprendió al comprobar que podía ponerse en pie porque por la forma en que le dolía el cuerpo parecía  como si se hubiera roto todos los huesos del cuerpo. 
– ¡Tienes que salvarla!!!!
El niño tiraba de nuevo de su manga con urgencia. Siguió su mirada y localizó a una mujer entre las decenas de personas que huían despavoridas, o más bien intentaban huir, ya que eran enseguida amordazadas, torturadas, heridas o mutiladas antes de alcanzar la muerte. “Sigue repitiendo que tengo que salvarla pero estamos todos en peligro”pensó aturdida entre la niebla del dolor. Le costaba mover cada músculo. 
La madre del niño estaba enfrente de ellos, al otro lado de la calle, la casa a sus espaldas ardía en llamas. Se acercaron a empujones, esquivando atacantes y gente que corría por todas partes. En medio de la confusión se hizo un hueco y por fin la vio claramente. Estaba arrodillada, de espaldas a uno de los asaltantes que en ese momento la cogía del pelo obligándola a inclinar la cabeza hacia atrás en un ángulo grotesco, en la otra mano sujetaba un cuchillo. Corrió desesperada hacia la mujer que se hallaba a pocos metros de ellos. Comenzó a gritar.
– ¡No lo hagas! 
En medio del ruido de la matanza el hombre ni siquiera se percató de sus gritos y empezó a descender su cuchillo hacia la garganta de su víctima. La furia de la maga túnica blanca creció. Tanta violencia le estaba haciendo llegar al límite de su cordura y su paciencia. Siempre había detestado la violencia. Su odio hacia las bestias capaces de crear la masacre que la rodeaba aumentó junto con su furia hacia los actos sangrientos que la rodeaban.
 – ¡He dicho que NO LO HAGAS!!!!!
Su voz sonó como un trueno. Una ira profunda e inmensa la embargó y una ráfaga de viento se proyectó hacia el asesino haciendo que se tambaleara. El asesino miró a ambos lados confuso, sin verla. Había ciertas reglas de la Orden de Magos que le parecían especialmente absurdas y en este momento la de no arrebatar ninguna vida o energía bajo ninguna circunstancia le parecía la más absurda de todas.  No podría reprimir su poder por más tiempo. La magia la envolvió y su voz resonó en la mente del hombre clara y nítida. El cuchillo de éste se paró a escasos centímetros del cuello de su víctima y tembló.
Entre la confusión, los gritos, la gente corriendo y la lucha, era difícil escuchar nada pero el mercenario se giró cuando oyó la voz sibilante y peligrosa de Raisha como susurrando junto a su oído. 
– Aún estás a tiempo. Si la sueltas, no te mataré
El asaltante dio un respingo y miró de nuevo a su alrededor con sorpresa buscando el origen de la voz. De repente la vio, en medio del caos vio acercarse a la túnica blanca cuya ropa estaba sucia, rota y manchada de sangre “¿Es mi sangre?”Se preguntó confusa, no tenía tiempo de mirarse las heridas. Avanzó impasible por el camino.
El hombre era alto y fuerte, parecía un auténtico gigante en comparación a la diminuta maga de veinte años que se hallaba enfrente de él. Contempló a la maga con gesto despectivo, con muerte y lujuria en sus ojos. Y agarrando con fuerza a su víctima sonrió. Lentamente, regodeándose, disfrutando, con una carcajada desafiante degolló a la mujer y la arrojó a sus pies. Empezó a llover.
Todo pareció transcurrir a cámara lenta. Otro trueno sonó a lo lejos. La maga se paralizó mientras oía como el niño gritaba de dolor y corría hasta arrodillarse junto a su madre que aún agonizaba en un baño de sangre. El niño le sujetó la cabeza mientras la sangre y la vida de su madre corría entre sus dedos. El hombre cogió de los pelos al niño elevándolo en el aire, su cuchillo brilló bajo la lluvia manchado de sangre. Al mismo tiempo cinco hombres la rodearon apuntándola con dos arcos y tres espadas. Los otros atacantes de alrededor empezaron a gritar.
– ¡Coged a esa túnica blanca! ¡Matadla!
Todo cambió, la locura la envolvió. La magia se adueñó de ella. Y alguna parte oscura y olvidada de su interior, cerrada con llave, negada y reprimida durante años explotó junto con todo el horror vivido. La carcajada del hombre que agarraba al niño de los pelos se hizo más y más fuerte y retumbó en sus tímpanos, taladrándole el cerebro, asesinando a la razón. Todo ocurrió en unos segundos. 
Un cuchillo, lanzado por otro de los atacantes, avanzó por el aire hacia ella y pudo sentir la energía de nuevo como una sola, esta vez vio los átomos pero separados y mientras el cuchillo navegaba entre los átomos del aire hacia ella percibió cómo una flecha lo hacía a sus espaldas y, sin girarse para verlos, envió ambos de vuelta a sus atacantes atravesando limpiamente sus gargantas. Dentro de ella algo se rompió, un equilibrio precario que había estado intentando mantener se derrumbó. Tres espadas cayeron a la vez sobre ella.
Los ojos llorosos del niño y de la maga se cruzaron. El niño gritaba y el hombre se disponía a cortarle el cuello pero el cuchillo se desprendió de su mano y flotando en el aire, con un movimiento rápido y certero, cortó la garganta del atacante. A la vez, las espadas que descendían hacia ella se desprendieron de las manos de sus dueños y giraron en el aire limpiamente cortando las cabezas de los soldados que cayeron rodando por el suelo. El arquero que quedaba en pié lanzó temblando una flecha que se giró hacia su atacante atravesando su garganta limpiamente, cayendo muerto a sus pies.
Vio, frente a ella, cómo la madre del niño seguía convulsionándose en el suelo y corrió hacia ella observando claramente su energía parpadeante a punto de desvanecerse. Se arrodilló posando su cabeza en su regazo y la sostuvo suavemente entre sus manos. Era demasiado tarde, agonizaba sin que pudiera hacer nada. Notó como un líquido aún caliente se deslizaba por su túnica empapándola de sangre. Lo sabía, pero aún así, puso una mano sobre su cuello y se iluminó con un halo blanco, curándola y cerrando la herida. La mujer intentó hablar.
– Por favor, no hables
Murmuró la maga automática e inconscientemente, todavía en estado de shock.   
Hacía mucho tiempo que no era ella sino otro el que parecía estar viviendo esta absurda pesadilla. Esta odiosa realidad irreal. La mujer, con sangre saliéndole por la boca en abundancia, logró mascullar un débil.
– Gracias… protege… a… mi… hijo…
Con su último aliento. Y, con un gemido, dejó de temblar. 
Nunca en su vida olvidaría la mirada de esa mujer. Nunca supo su nombre y aún así no podría olvidarla por mucho que viviera. Parecieron horas en vez de segundos los que se pasó contemplándola. Había un límite en lo que una persona podía aguantar a lo largo de su vida y había un límite en lo que podía vivir en un día. Algo se rompió dentro de ella. 
Sentía que su vida se iba con la de la mujer que yacía en su regazo. Y pensó que años de ambiciosa escalada en la magia acababan ahí. Como había terminado esta mujer. La magia a partir de ahora para ella, estaba muerta. No sólo eso, sería condenada a tortura eterna. Por, de hecho, hacer lo que creía correcto. “Salvar al poblado matando a estos salvajes”.
El niño, hecho una bola en el suelo, empezó a elevarse en el aire, siguió así acurrucado mientras las lágrimas resbalaban por su cara y caían en la calle sangrienta. Temblando entre gemidos de dolor, sin que pareciera percibir que flotaba, y siguió así acurrucado como estaba hasta que la maga lo posó suavemente sobre el tejado de una casa. Hizo esto en parte para protegerlo de posibles ataques. Pero, en gran parte, para protegerlo de ella misma.
– Ya todo da igual 
Susurró para sí. 
Había matado, y desde ahora era una renegada, una asesina. Desde ahora y ante la ley no era muy diferente de estos asesinos que la rodeaban “Probablemente no soy mejor que esta escoria, merezco la muerte. Mi vida ya no tiene sentido porque mi vida es la magia, la magia lo es todo. Y sin la magia, no soy nada, absolutamente nada”. Quiso gritar. Agonizaba. El niño huérfano, ella huérfana… lo único que tenía era la magia. Y ahora hasta eso se lo habían arrebatado, Huérfana de padres y ahora también… huérfana de magia. 
No podía hablar ni pensar con coherencia. Empezó a ahogarse, no podía respirar. “Nada en mi vida tiene sentido sin la magia. Nada, absolutamente”.Su respiración se aceleró. “La magia lo es todo… ¡¡Todo!!”Se ahogaba, se asfixiaba.
De repente, la magia de la isla, que su cuerpo había estado absorbiendo como un imán desde que la había pisado e incluso antes, explotó. Miró a su alrededor con una creciente ira. Y la tristeza fue sustituida por un odio frío y cruel hacia aquellos que le habían robado lo que más amaba. Lo único que le importaba. Su magia.
– ¡Ya todo da iguaaaaaaaaal!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Un alarido demente e histérico manó de su garganta. Un brillo de locura se reflejó en sus ojos. Su sueño, su meta en la vida, la razón de su existencia se desvaneció junto con los cuerpos de los atacantes que, inertes, yacían en el suelo. El tiempo pareció detenerse, hasta sus latidos acelerados se pararon y en medio de los gritos que la rodeaban cerró los ojos y sólo oyó su propia respiración agitada y sus latidos ralentizados.
No quería pensar, era demasiado doloroso.“¡Para ya! ¡Deja de pensar!” se obligó a si misma a recobrar la cordura pero los pensamientos negativos se encadenaban unos con otros formando una prisión. Como agujas que se clavaban unas sobre otras, hundiendo aún más profundamente a la anterior. Odiaba su vida, en la que todo era una batalla perdida, una puerta cerrada y una mirada fría. En la que cada vez que parecía que algo iba como ella quería se retorcía grotescamente hasta convertirse en una pesadilla. 
“¿Por qué?” pensó rota por dentro, su sueño de toda una vida muerto ante sus ojos, destruido en un segundo “Esto no está pasando. Ni siquiera he llegado a ser maga… soy una aprendiz… antes de ni siquiera alcanzar mi sueño, se ha hecho pedazos… ¿Por qué yo? ¿Qué coño he hecho para merecer esta mierda de vida? Esto… simplemente… no está pasando… esto… no… puede… estar… pasando. Pero está pasando”
En medio de la vorágine de pensamientos, sintió por primera vez al mago que había lanzado la bola de fuego acercándose hacia ella, lentamente. Volvió la calma y se tranquilizó. El tiempo volvió a girar a su velocidad normal. Y, junto con los latidos acelerados de su corazón, los sonidos de la batalla la rodearon de nuevo. 
El mago la observaba con precaución alternando la mirada entre la maga y los cadáveres que yacían a sus pies. “Éste tiene que ser el que percibí desde el barco. Sin embargo, su campo energético no parece tan poderoso ahora que lo tengo cerca”  Sonrió para sí. “Mejor para mí. A partir de ahora, nunca más, volveré a contenerme”.
Varios de los mercenarios se pararon en guardia contemplando la escena, ninguno se atrevía a acercarse tras lo que habían visto, pero la mayoría seguía con la matanza sin percatarse de la muerte de sus compañeros. La maga no los miró, no lo necesitaba, percibía todos los átomos de su alrededor sin necesidad de usar la vista. Cerró los ojos y vio cómo los atacantes retrocedían. La forma en que se alejaban de ella le recordó a su infancia, todos se alejaban de ella por miedo a su magia.
Me temen… Patéticos seres mediocres”Su desprecio hacia ellos aumentó. “Los seres no mágicos siempre temen la magia. La gente necia siempre teme lo que no comprende. Lo que es diferente. Y todo esto es vuestra culpa. Todo. ¡Oh Luz! Esto no puede estar pasando… la magia lo es todo y sin ella, no soy nada, absolutamente nada… ya… todos… me… dais… igual”. 
Una risa histérica salió de su garganta y abrazó la cabeza de la madre que yacía muerta en sus brazos. La risa resonó a través de la lluvia pero no la sintió suya, era la risa de alguien desequilibrado, de un enfermo al borde de la muerte o la demencia. Se dio cuenta de que había inclinado la cabeza hacia atrás cuando un rayo cruzó su vista, contempló las nubes negras y el cielo tormentoso. Las gotas en su cara era lo único que parecía real.
– Ya todos me dais igual 
Repitió en voz alta, esta vez calmada y serena. A pesar de que su tono de voz era normal, su voz retumbó como un trueno atravesando el pueblo y expandiéndose hasta rodear la isla. Aquellos que la oían se encogían de terror. Los cuervos volaron. Los animales de la isla se escondieron despavoríos. Todo quedó en silencio por unos instantes. Y todos y cada uno de los atacantes se giró para mirarla. 
– ¡Miradme bien asesinos! – Su voz era un rugido furioso. Cerró los ojos de nuevo con la cabeza mirando al frente y su voz resonó con fuerza contrastando con el repentino silencio – Grabad bien mis rasgos en vuestras podridas cabezas, porque juro que será mi imagen… – Sus ojos se abrieron y su mirada se clavó en el mago que se hallaba enfrente de ella – Lo último que veáis
Tal vez a los magos de La Luz no se les permita matar a otro ser humano si no es en tiempo de guerra pero sabían cómo matar, y aprendían a luchar. Y el mago renegado lo sabía. Al ver los ojos de la maga, llenos de una ira fría e infinita, un miedo horrible lo paralizó y era aún más inquietante por no saber su procedencia.
No podía ser por la niña que se hallaba ante él. Era absurdo, era, obviamente, una primeriza pasando su prueba y él era un mago veterano, renegado de la sombra. El poder que él había alcanzado no era fácilmente igualable. Y sin embargo, sólo de ella podría estar emanando esa energía inmensa, esa aura que crecía, abrumadora, invadiéndolo todo. Su mirada hizo retroceder al mago con temor. De repente, los ojos de la maga eran negros y, el iris, una línea roja vertical que atravesaba su centro. Ardieron en llamas.
Los asesinos se detuvieron en seco y contemplaron aterrorizados sus ojos. Todos temblaron de miedo y todos supieron por qué. Como un animal que ignora el poder de la tormenta y sin embargo huye de ella, se sintieron invadidos por un miedo instintivo hacia un depredador mortal. 
Un aura de energía roja la envolvió. Y al hacerlo, una fuerte ráfaga de viento manó de ella. Normalmente, sólo los magos son capaces de ver el aura pero era tan potente que hasta los comunes que la rodeaban pudieron verla arder roja como fuego. Y según crecía la energía, no sólo los asesinos sino todo el mundo se giró hacia ella, porque además de verla, podían sentirla. Una terrible energía manaba de ella. El mago renegado tembló, los ojos de la maga se transformaron en fuego y en hielo a la vez, en veneno y venganza.
– Ya todo da igual 
Repitió ya más serena, mirando por última vez a la mujer que yacía muerta entre sus brazos. 
Apoyó su cabeza delicadamente en el suelo. Esta vez su voz sonaba tranquila y serena, aceptando su destino. Pero también fría y despiadada. La lucha acabó dentro de ella, sus palabras sólo eran una forma de reafirmar el monstruo terrible que se estaba forjando en su interior. Ya nunca podría deshacer lo hecho, ya era una asesina. Y se levantó lentamente. Una bola de fuego se dirigió de nuevo hacia ella pero rebotó en el aura que la rodeaba antes de tocarla y saltaron chispas.
Ni siquiera lo notó. Sólo un pensamiento la invadía, todo lo demás le era ajeno. El odio, un odio que crecía de una manera atroz e invasiva, extendiéndose por todo su ser como un virus. La idea de nunca poder ser maga, de morir torturada por culpa de esta escoria asesina que merecía ser destruida, era demasiado dolorosa para poder ser soportada. Todos merecían la muerte, todos sin excepción. Ni siquiera lo pensó cuando una onda de energía negativa la inundó, ni siquiera supo cómo lo hizo o lo que hizo hasta que despertó, horas más tarde. 
Perdió totalmente la conciencia y sólo una sed de venganza fría hacia estos engendros de la sombra, que le habían destrozado su futuro y todo por lo que había luchado en el pasado, se adueñó de ella. Ni siquiera le importaban ya los habitantes del pueblo que morían asesinados ante sus ojos, ni las víctimas que se hallaban a sus pies, ya sólo le importaba su venganza.
Su venganza por su vida arrebatada, por la magia que nunca practicaría. Porque sin la magia nada tenía valor, nada tenía sentido. Y comparado con la magia, la vida de estos soldados, de todos los habitantes del pueblo y del universo, no significaba nada para ella. La magia lo era todo. Todo, absolutamente. Y el único pensamiento constante era el de que en ese mismo instante, el instante en el que el primer asesino había caído sin vida al suelo, su magia, su única y leal compañera, le había sido arrebatada.
Un hacha voló hacia ella y antes de rozarle la espalda salió disparada hacia su atacante, éste intentó esquivarla pero fue inútil, le cortó la cara en dos. No se giró ni por un instante a mirarlo. Sus ojos siguieron clavados en el mago que se hallaba enfrente de ella. 
La rabia y la nube de dolor la cegaban pero la magia la envolvió con la calidez de un manto protector, pero había algo diferente en ella, ardía. Con la magia, sintió de nuevo cada átomo, cada partícula de energía, concentrándose en aquellas que quería destruir. Los sentía a todos y cada uno de ellos, los asesinos. Al que estaba degollando a un anciano a sus espaldas, al que acuchillaba a un bebe en brazos de su madre, al que ahorcaba a un hombre al otro lado del pueblo, a todos y cada uno de ellos y a todos y a cada uno de los habitantes del pueblo, y cada partícula que la rodeaba. Y sintió también cada partícula de dolor generada a sus víctimas pero… el dolor que les quería generar era muy superior.
Unas alas negras crecieron a su espalda, inmensas, envueltas en la bruma roja de su aura que seguía expandiéndose a su alrededor. A su vez unos cuernos afilados salieron de su cráneo. El mago renegado que se hallaba enfrente de ella no reaccionó hasta que ya era demasiado tarde, quiso gritar, advertir a sus compañeros, quiso huir, pero era inútil. Comenzó con él, y uno tras otro, cada uno de los atacantes sin excepción empezó a agonizar. 
Una onda de energía negra salió de ella, era como una nube de humo que se dividía en diferentes brazos. Flotando en el aire, localizando a sus víctimas, una por una, hasta atraparlas por completo. Una vez localizadas, esa misma onda energética como una mano se introducía en sus pechos y se convirtiéndose en un agujero negro. Absorbía su energía como si estuviera bebiendo de una fuente. 
Como estrellas de luz, rojas y blancas, la energía de todos los asesinos se proyectó hacia ella velozmente, tan veloz que creyó que iba a explotar. Tantas auras entrando dentro de ella al mismo tiempo la estaban destruyendo. Buscó una vía de escape y proyectó esa inmensa energía hacia el cielo como una ráfaga de luz ascendente. Aún así no fue suficiente, la presión de tanta energía entrando en su cuerpo la empujaba y zarandeaba, parecía a punto de partirse en pedazos. Era como estar en medio de un huracán.
Todos los atacantes se quedaron suspendidos en el aire a unos centímetros del suelo, sus brazos y cabeza colgando hacia atrás con la boca y ojos muy abiertos, congelados en un éxtasis de dolor que les tensaba el cuerpo y lo estiraba curvándoles la espalda hasta casi romperlos. 
– ¡CRACK!
Las columnas vertebrales de todos los asesinos se rompieron a la vez. El flujo de energía se paró y por unos segundos los cuarenta hombres se quedaron en el aire, levitando, como sacos rotos sin vida. Poco a poco, las alas y cuernos que surgieron del cuerpo de la maga, desaparecieron junto con el aura roja que la envolvía.
Todos los cadáveres cayeron a la vez. El eco de los cuerpos al chocar contra el suelo retumbó en el silencio de la noche, contrastaba aún más cuando apenas unos segundos antes, sólo gritos invadían el pueblo. Seguidos ahora por un silencio sepulcral.
La maga túnica blanca se mantuvo de pie, tambaleante. Sus articulaciones y cabeza muertas colgando hacia delante como un muñeco de trapo destrozado. Su cabello liso y negro caía flácido cubriéndole la cara. Permaneció unos segundos así, meciéndose ligeramente hacia delante y hacia atrás, como el péndulo de un reloj descompasado, hasta que, con un ligero tambaleo, cayó. 
Perdió la conciencia antes de rozar el suelo y por eso no sintió el golpe en la cara al aterrizar contra el duro y sangriento pavimento, ni sintió los brazos que la alzaron poco después susurrándole suavemente al oído “Buen trabajo”.